viernes, 25 de marzo de 2022

BLANQUEO DEPORTIVO

Transcribo este artículo de Alberto Senante publicado en la Revista de Amnistía Internacional nº 151 de Enero de 2022 por su interés y su acierto en describir una realidad que está transformando las esferas deportivas y desconcertando a quienes nos sentimos aún amantes de la actividad deportiva.



El próximo Mundial de Futbol se jugará en noviembre para evitar las altas temperaturas de Qatar, un país que nunca se había clasificado para esta competición. Cada vez más estadios cambian sus nombres históricos por los de marcas internacionales. Varios campeonatos de golf se celebran en medio del desierto. La Supercopa de España de fútbol no se disputa en España, sino en Arabia Saudí. Y el histórico rally Paris-Dakar ya ni sale de Paris ni llega a Dakar.

Cualquier persona aficionada al deporte asiste estupefacta a cambios como éstos con cada vez más frecuencia. ¿El motivo? En inglés lo llaman sportwashing, es decir lavado deportivo. Es la estrategia por la cual algunos de los gobiernosque menos respetan los derechos humanos buscan blanquear su imagen dentro, pero sobre todo fuera de sus fronteras, a través de su vinculación con el deporte. Para ello, celebran en sus países olimpiadas, mundiales, o los torneos más seguidos del planeta. Bautizan estadios de fútbol, ocupan los espacios de publicidad en las camisetas, o directamente compran los equipos, inyectando grandes sumas de dinero que luego se convierten en grandes fichajes para alegría de sus aficiones.

En los últimos años el fenómeno ha tomado una dimensión desconocida, pero el recurso es casi tan viejo como las propias competiciones. El ejemplo recurrente es el intento del régimen nazi de presentarse como un país moderno y poderoso con la celebración de las Olimpiadas de 1936. Dos años antes, parece que su aliado Mussolini presionó a los árbitros para que Italia ganara el Mundial de Futbol que albergaba, ya que el dictador pensó que eso reforzaría su posición.

Deporte y política siempre fueron caminos que se entrecruzan de tanto en tanto. En el puño en alto contra el racismo de dos atletas estadounidenses en los Juegos de México 68. En los boicots olímpicos mutuos entre los bloques de la Guerra Fría. En la revancha —futbolística- de Argentina contra Inglaterra tras la guerra de las Malvinas. Sucesos terribles, como una pelea en 1990 en un partido de fútbol que presagió la guerra de los Balcanes. Y ejemplos esperanzadores, como el equipo sudafricano de rugby convirtiéndose en un aliado inesperado de Nelson Mandela para coser las cicatrices abiertas por el apartheid. O el reciente impulso que han dado numerosas estrellas deportivas en Estados Unidos al movimiento Black Lives Matter.

También, sin ir tan lejos, siempre hubo empresarios y políticos que se acercaban a los deportes más populares sólo para conseguir mejorar su imagen, ampliar sus relaciones o su influencia. Pero a lo que asistimos en estos momentos es a una verdadera partida de ajedrez entre algunos de los gobiernos mas despiadados del mundo que consiguen mayor aceptación de la comunidad internacional en parte gracias a este nuevo ejercicio de diplomacia blanda. Al mismo tiempo, buena parte de la sociedad cuando escucha el nombre de esos países piensa mas en medallas, goles, partidos de tenis y circuitos, que en pena de muerte, activistas encarcelados o mujeres discriminadas.

En realidad, es lógico, y hay que reconocer que incluso inteligente, que los lideres de Arabia Saudí, Qatar, Rusia, China, Emiratos Árabes o Guinea Ecuatorial busquen mejorar su imagen exterior con algo que genera interés y simpatía en otros países. Pero como respondía la veterana corresponsal en Oriente Medio Ángeles Espinosa, cuando le preguntaban por la celebración de la Supercopa en Arabia Saudí: “Esto va de nosotros [...] somos nosotros quienes estamos buscando negocios allí y cerrando los ojos a la realidad local”. Y es que en el blanqueamiento deportivo, la esponja que limpia termina tan sucia como la mancha que trata de ocultar.

No hay comentarios: