viernes, 17 de enero de 2020

CARLOS SAINZ, EJEMPLO DE TALENTO Y SOBRIEDAD



Sin ser seguidor de los deportes de motor en general y del coche en particular, no puedo menos que mostrar mi estima y reconocimiento a la figura de un campeón que hoy, día de San Antón de 2020, se ha proclamado por tercera vez vencedor del Rally Dakar, esta vez en terreno de Arabia Saudí.

Son muchos los factores positivos que causan admiración en esta figura del deporte: sus triunfos desde sus tempraneros diecisiete años, su espectacular longevidad como ganador, pues ha cumplido ya los cincuenta y siete años y lo sigue siendo, así como su capacidad de resistencia, tenacidad y talento fuera de toda duda en su especialidad.

Pero si hay algo que me ha llamado la atención al conocer sus primeras manifestaciones tras su triunfo, en las imágenes mostradas por el Telediario de La 1, ha sido, sin duda, su sobria celebración del mismo, alejada de gestos ostentosos o carnavaladas propias de otros muchos deportistas que parecen consumar un éxtasis rayano en la extravagancia más ridícula.

Sainz y su copiloto Lucas han dado un ejemplo de moderación, de templanza en la celebración y de respeto al resto de participantes y espectadores que debe ser apreciado como uno de los valores más genuinos y necesarios para los tiempos que corren y recomendables a las generaciones de jóvenes que formarán el repertorio de posibles campeones en el futuro. ¡¡¡ Enhorabuena!!!




domingo, 5 de enero de 2020

CICLISTAS DE PUEBLO

LEÍDO EN LA VELADA DE AÑO NUEVO 2020 DEL INTERNATIONAL CYCLING CLUB (ICC) DE ANDERMATT (LA SUISSE) CELEBRADA EN LA SEDE DE TOMELLOSO (ESPAÑA)


En terminología ciclista podría decir que este año 2019, que acaba de finalizar, me ha transportado al coche escoba por diversos motivos. El ICC no ha podido llevar a cabo la salida internacional como en años anteriores, el grupo de ciclistas alcazareños sufrió una crisis de identidad y componentes de la que aún no se ha repuesto y las propias planificaciones en menor escala, terminaron por frustrase también por problemas familiares.

Como en todas las rutas hay subidas, llanos y descensos. La vida metafóricamente también nos ofrece estos trazados en su continuo devenir. Sin embargo, el recién finalizado 2019 lo recordaré por dos hechos cercanos y curiosos. El primero, la puesta en antena de la 2ª temporada del programa “SER en ruta” del que he sido guionista y copresentador hasta que varias circunstancias lo han llevado a su final, no sabemos si definitivo o temporal. Por ahora sigue vivo en Facebook aunque con distintas pretensiones, después de 55 programas, y más de 47 invitados en dos años de emisión.
En segundo lugar y relacionado con lo anterior, tuve ocasión de entrevistar a un ciclista de pueblo, Miguel Rodríguez Jiménez ‘El Sara’, natural de San Carlos del Valle y ejemplo de cómo un joven del mundo rural consiguió llegar al profesionalismo salvando no solo las dificultades propias de la época y de su entorno sino la escasez de incentivos que el ciclismo deparaba en nuestro país a quienes optaban por esta especialidad deportiva.

Miguel, como tantos otros jóvenes rurales, se dedicaba a las tareas agrícolas familiares ayudando a su padre y hermanos en las duras jornadas, al término de las cuales subía a su bicicleta, de un solo plato y una corona de piñones, para volver al pueblo o dar un paseo por las sierras cercanas como breve diversión. 

Su afición por la bici fue creciendo y consiguió el compromiso de su padre de comprarle una de competición si lograba demostrar que podía vencer en alguna prueba por la zona. Así fue cuando se proclamó vencedor en la Feria de Valdepeñas de 1964 y su progenitor le compró su primera bicicleta por un importe de 12.000 pesetas.

Miguel Rodríguez  recibe el Premio como ganador de la I Rutas del Vino

Tenía 19 años cuando empezó a participar en este tipo de pruebas sin experiencia previa, sin consejos ni dirección técnica de ningún tipo, solo motivado por sus buenas dotes naturales, su creciente afición y su espíritu aventurero que le llevaba incluso a desplazarse en tren hasta los lugares de las carreras porque ni tenía coche ni dinero para pagarlo.

En 1966 ganó la 23ª edición de la Vuelta Ciclista a Alcázar, que en esos años era una prueba prestigiosa y con tradición, pues comenzó a disputarse en 1933, dos años antes que la propia Vuelta Ciclista a España, y en la que se disputaron tres etapas por parte de los 17 ciclistas participantes de los que solo acabaron 11. 

En 1967 venció en la 1ª edición de las Rutas del Vino organizadas en Campo de Criptana y de él dijo uno de sus organizadores y quizá el principal impulsor de las mismas, Eugenio Jiménez Manzanares:

“Cuando este espigado mozo, de franca mirada, piel tostada por el sol de la llanura manchega y firme voluntad, dijo en la línea de salida que como en todas las carreras que participa salía a ganar, se ganó mi admiración, vi en él al luchador, al hombre de firmes propósitos, no había en sus manifestaciones ni pizca de orgullo ni pedantería.
Si en los primeros 50 kms. no fue nadie capaz de marcharse, en el km. 51 Pablo Suárez logró despegarse del pelotón, siendo Miguel Rodríguez el único que tuvo fuerzas y coraje para saltar del grupo y darle alcance para, después de este momento, ser no solamente compañero de fuga de Suárez, sino el que llevó el mayor peso de la escapada y … ¡qué derroche de facultades! A los gritos de ¡Hala! ¡Hala! De Matías Bermejo, su Director Técnico, recuerdo que en una de las muchas pasadas que dimos a los fugados y en pleno esfuerzo, ya que iba marcando el tren, con cara de chico bueno, nos regaló una sonrisa y un guiño de triunfador. Solo la mala suerte podía privarle de la victoria; ésta le acompañó hasta la meta.
En las dos etapas restantes solo se limitó a ser el mandón de la carrera, dominando a todos, pero principalmente a quienes le podían privar del triunfo final. Si el comportamiento de todos fue digno, el de Miguel fue ejemplar, defendiendo el liderato como un gran campeón.
Así elaboró y defendió su triunfo Miguel Rodríguez Jiménez en la I Vuelta Ciclista por las Rutas del Vino, cuyo premio fue el  Trofeo Mobylette, original de Francisco Valbuena, y su peso en vino de Bodegas Alberca y Jiménez.

En el podio de vencedores de la I Ruta del Vino en Campo de Criptana, 1967.

Aprovechando estas referencias tan ciclistas de nuestros pueblos, ínclitos compañeros del I.C.C., quiero hacer una llamada a la importancia del vino en el ciclismo de nuestra zona, como demuestra el propio título de una de sus pruebas más conocidas, así como las numerosas referencias y publicidades que sazonan el libro de ruta de las mismas y entre las que destaco las siguientes:

“Unir un deporte al vino es contar anticipadamente con el éxito a la vez que nos obligamos todos a colaborar en bien de algo tan entrañable como es valorar nuestra riqueza fundamental tan necesitada de ayuda”.
“Se llevará a cabo un bautismo simbólico del vino a los corredores y primera degustación a cargo de La Daimieleña, a los seguidores de la Vuelta y público asistente a la Salida”.
“El vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre. Recorra las Rutas del Vino y lo conocerá mejor” (Elaboradores y Cooperativas de la Ruta)

(Notas e imágenes tomadas del Libro de Ruta de las II Rutas del Vino en  Agosto de 1968)

Publicidad del vino en el Libro de Ruta de la carrera

Miguel siguió su carrera y pasó al profesionalismo de la mano del equipo La Casera Bahamontes con el cual consiguió varios triunfos de etapa, como los logrados en la Vuelta a Granada o en la Vuelta a Segovia y otro más en el Tour del Porvenir en una etapa que transcurrió entre Francia e Italia en terrenos alpinos, como los surcados también por el I.C.C., y en cuyo triunfo recibió un estuche de petanca sin saber absolutamente para qué servía cuando se lo entregaron.

Miguel Rodríguez con el maillot de La Casera Bahamontes en 1970

El colofón profesional le llegó con su participación dos años consecutivos en la Vuelta Ciclista a España con el referido equipo en los años 1970 y 1971, finalizándola en el primero de ellos y retirándose en el segundo. Su especialidad eran las contrarreloj, especialmente de larga distancia, como lo demuestra que ganó dos pruebas sobre 100 kms. disputadas en Valencia y Mallorca respectivamente. Se retiró con 33 años y desde entonces vive en su pueblo dedicado a las tareas agrícolas como en sus orígenes pero con mayores recursos y terrenos que pudo adquirir gracias a sus ganancias en el ciclismo. 
En la actualidad sale varias veces en semana para hacer entre 50 y 60 kms., en rutas cercanas y ya he quedado con él para acompañarlo en una de ellas y podamos seguir evocando todas estas vivencias que muestran lo meritorio, dificultoso y apasionante que puede llegar a ser un ciclista de pueblo.


Miguel Rodríguez en una reciente foto en la Hospedería de
San Carlos del Valle, su pueblo.






27 DE OCTUBRE DE 2021


Pues bien el día de ese compromiso llegó y en la mañana luminosa y soleada aunque fría de finales de octubre, he podido salir junto a Miguel desde la Plaza Mayor de San Carlos del Valle, que se encontraba desierta a primeras horas, hasta el punto de que solo una transeunte ocasional nos pudo hacer una foto juntos antes de la partida. El escenario no podía ser más espectacular y había que aprovecharlo en su limpia soledad.



Justo y Miguel posando antes de iniciar la ruta en la Plaza Mayor de San Carlos del Valle.



Salimos por la carretera que conduce hacia Pozo de la Serna y a escasos metros se bifurca para dar inicio al ramal que lleva hasta los Baños del Peral si se sigue uno de sus atajos. Yo la había recorrido hace la friolera de medio siglo y desde entonces no había vuelto. El tráfico era escaso y el asfalto un tanto áspero por esas razones políticas que suelen acaecer en las pequeñas localidades frente a los intereses de las grandes. El sube y baja es incesante y hay una bajada más pronunciada en el antiguo depósito de las aguas, poco antes del desvío hacia El Peral. Esta zona se encuentra en estado de obras y con los establecimientos a la espera de la normalización de su oferta, pero atractiva para el turismo veraniego y con numerosos chalets poblando los alrededores.



Justo y Miguel pedaleando por la carretera hacia Valdepeñas.



Una vez llegados a El Peral tomamos la carretera que une Valdepeñas con La Solana y nos dirigimos hacia la primera población con intención de dar allí la vuelta y tomar la carretera hacia San Carlos desde su inicio. Dejamos a la izquierda el cementerio valdepeñero, ahora muy concurrido ante la festividad de Todos los Santos que se avecina y pasamos una granja y diversos terrenos que conoce muy bien Miguel. También dejamos a un lado la Hacienda de la Princesa, cuyo vino tuve el placer de catar gracias a Antonio, uno de mis alumnos cristeños. Finalmente entramos a la población por el mismo cruce por el que salimos después de casi dos horas de pedaleo a un ritmo cómodo de 20 k/h y charlando durante todo el recorrido.



Miguel en el salón de su casa donde guarda los trofeos y recuerdos de su época como ciclista.



Llegados a San Carlos dimos una vuelta por algunos lugares y personas cercanos, haciendo acopio de algunos productos de la tierra y Miguel, junto a su esposa Pilar, me invitaron a su exquisita comida de puchero que sabía a gloria, además de regarla con un estupendo vino tinto. Más tarde pude compobrar en directo la sala donde acumula sus numerosos trofeos y que ocupa las estanterías de toda la pared de un salón, así como de repasar de forma rápida los numerosos recortes de prensa que rememoran sus hazañas ciclistas que ya comenté en su momento.