viernes, 17 de diciembre de 2021

ESCUELAS DE FÚTBOL



Sorprendido y nostálgico al comprobar la evolución que ha tenido el aprendizaje del fútbol en estos tiempos convulsos que nos está tocando vivir mientras contemplo las evoluciones de mi nieto que da sus primeros pasos en este singular escenario. Nada que ver con aquellos años de escasez que rodearon mi infancia, pese a ser hijo de futbolista profesional y mito local dentro del balompié.



Para empezar, los pequeños aprendices del deporte más extendido practican sobre una alfombra de césped artificial que les facilita una suavidad, una limpieza y una regularidad de botes y controles de balón que nada tiene que ver con aquellas superficies de tierra compactada o mezclada con carbonilla ferroviaria que tan áspero, irregular y sucio suelo nos proporcionaban a pequeños y mayores.

A su disposición varias porterías trasladables y de distintos tamaños permiten acortar, o ampliar los espacios de juego y los objetivos de puntería para afinar los disparos a gol que son la suerte suprema de este juego.



Y qué decir de la abundancia de balones disponibles, tantos como participantes en la sesión, que facilitan poder hacer conducciones individuales, juegos por parejas o ejercicios de control y golpeo que son la base técnica para un continuo progreso en habilidades necesarias para dominar esta disciplina.

Todo ello alcanza su cima al comprobar la indumentaria generalizada entre la chavalería, plena de elementos a cual más adecuado: desde botas multitacos para evitar resbalones y facilitar el agarre a la superficie sintética, pasando por múltiples prendas de vestir como camisetas, sudaderas, forros polares y cualquier otro elemento que les facilite adaptarse a los requisitos del juego y de la climatología del momento.



Mi duda razonable consiste en saber si todo este entramado costoso y deseable impide el desarrollo espontáneo de un talento que se adquiría en la calle, en los partidos de barrio aprovechando los descampados, los solares disponibles o las plazas abiertas y sin tráfico, en donde los más dotados adquirían su jerarquía imponiendo su ley por habilidad, destreza e incluso por la fuerza incruenta pero lesiva que permiten los deportes de contacto. Creo que esta duda acompañará al fútbol mientras exista.

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