Ya se venía intuyendo que el juego del Real Madrid no era ese fluido movimiento de balón, con jugadores que se anticipaban con su poderío y frescura física, que lanzaban contraataques fulminantes y que defendían con orden y contundencia. Desde que comenzó esta temporada ninguna de esas condiciones ni cualidades se han vuelto a ver con nitidez.
Lo de Gerona ha desbordado todas las previsiones porque ha puesto de manifiesto que sin una buena disposición por parte del colectivo, los resultados son tan tristes como los apreciados en Montilivi, es decir, un grupo torpe, sin capacidad de generar juego, con recurrencia al pase corto y seguro sin ninguna profundidad, impropio de la categoría de estos jugadores y, para colmo, una defensa blanda, mal situada e incapaz de jugar el balón cuando lo recuperaban, entregándolo al contrario en numerosos pases. Lamentable. Además no se salva nadie, porque Isco mantuvo el tipo pero su aportación es imposible cuando el resto no le acompaña.
Para más morbo, la derrota la han sufrido en uno de los epicentros del independentismo catalán y ante un Club recién ascendido de categoría que se enfrentaba al Real Madrid por primera vez en su historia. El simbolismo lo han puesto a huevo. David derrota a Goliat. Eso ya permanecerá en las páginas negras del club blanco como el centenariazo del Deportivo en 2002 o las ligas perdidas en Tenerife algunos años antes.
Dicen que los aficionados madridistas somos muy exigentes y especialmente en el feudo propio. Naturalmente que esto debe ser así. Un equipo con esos emolumentos en sus nóminas, tratados con el mayor de los mimos por su Club, por los medios informativos que siempre lo tienen en sus cabeceras como noticia prioritaria y con una letanía de títulos en su palmarés que impresiona, no puede permitirse sestear. Podrán hacerlo mejor o peor, pero dándolo todo en el campo. Eso es lo único que les debemos reprochar y yo, desde luego, no les perdono lo contrario.
SI NO
EXISTIERAN LOS BARCELONA – REAL MADRID
Del libro
“Fútbol, una religión en busca de un Dios”
De Manuel
Vázquez Montalbán. Edt. Debate, 2005
Inimaginable un mundo, por muy global que sea, donde no existiera el
enfrentamiento Real Madrid-Barcelona, duelo único en su género que resume casi
todas las arqueologías del Espíritu del Estado Español, desde el desastre de
1898 hasta el almuerzo de Aznar con Duran i Lleida en el Verano de 1995, paso
previo al pacto de legislatura entre el PP y CiU. Cuando hay que explicarle a
un extranjero qué quiere decir ese enfrentamiento, no se me ocurren mejores imágenes
que los choques entre nordistas y sudistas en la recolección de cabelleras de
indios en los tiempos inmediatamente posteriores a la Guerra de Secesión de
Estados Unidos. De no haber existido aquella competición, las tensiones, los agravios
históricos acumulados hubieran
provocado peores violencias. El enfrentamiento entre el Real Madrid y el
Barcelona ha sido la válvula de escape de la irreconciliable antipatía
consensuada entre Madrid y Barcelona, auténtico banco de malas leches
históricas que nos ha distraído de abismales radicalidades.
Cuando Goikoetxea, el fornido y magnífico defensa del Athletic de Bilbao, se
topó con las privilegiadas piernas de Maradona y Schuster, jugadores del Barca,
y las dejó para el arrastre, apareció un nuevo antagonismo histórico-futbolístico
contranatura entre Cataluña y Euskadi. Costó varios años cerrar aquel segundo
frente, y todavía hoy Clemente no es excesivamente bien visto por la afición
barcelonista porque entonces se permitió comentar que los jugadores vascos eran
más fuertes que las estrellas extranjeras y de ahí las lesiones.
Superado el enfrentamiento entre aficiones naturalmente unidas por su
condición de periféricas, rebrotó el duelo Real Madrid-Barcelona a pesar del
lamentable intento de Tarradellas de reconciliar a los presidentes de ambos
clubes. Aquella insensatez pactista del Honorable estuvo a punto de provocar un
daño irreparable, y menos mal que la habilidad y el frenesí dialéctico entre
Mendoza y Núñez consiguieron reconducir la situación. Temíamos que la mudez de
Núñez forzada por el protagonismo de Cruyff y las mejores maneras del señor
Sanz hubieran enterrado para siempre aquel formidable conflicto de pasiones.
Pero liberadas las cuerdas vocales de Núñez y forzado Sanz a reconstruir un
enemigo exterior, todo vuelve a ser como antes, y dos ejércitos simbólicos, el
de la catalanidad y el de la españolidad, saltan al escenario dispuestos a comerse
los hígados. La verdad es que los jugadores de uno y otro equipo se quieren y
se consultan las cláusulas de rescisión todas las mañanas. También percibo que
los seguidores del Barcelona y el Madrid cada vez somos más conscientes de que interpretamos
un papel convencional, como quien juega a moros y cristianos. Sólo un instinto
de higiene mental y social adquirido por lo borde que ha sido la historia de
España nos empuja a seguir fingiendo que nos jugamos la razón de ser. Y es que,
si no, igual nos montábamos otra guerra civil.
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