Con cinco de sus más
aguerridos ciclistas, el I.C.C. se desplazó el pasado fin de semana del 12 y 13
de mayo hasta las inmediaciones de la Sierra de Albarracín, con el propósito de
recorrerla a golpe de pedal y demostrar que sus componentes aún mantienen la
energía y la ilusión necesarias para los grandes retos ciclistas en zonas
montañosas.
La concentración de partida
tuvo lugar en la localidad conquense de Cañete, a la que llegaron los ciclistas
tras una salida marcada por el imprevisto de los alcazareños Fontaine y Alamov,
que quedaron a merced de la grúa de emergencias cuando el vehículo en el que se
desplazaban hasta Tomelloso dijo inesperadamente ¡basta!. Superado el trance,
gracias a la generosa acción de Martinelli y su caravana remolcadora, el equipo
pudo reunirse a pie mismo de la Autovía de los Viñedos para, ya sin dilaciones,
dirigirse al punto de arranque de la marcha ciclista.
Pero como siempre hay
alguna nota pintoresca que añadir para que la crónica supere la prosa monótona
de lo previsible, Giulliano Martinelli aprovechó una breve parada en Motilla
del Palancar para lanzarse como un poseso en busca de unas playeras ligeras que
le descargasen de peso su mochila y su conciencia, sin percatarse de que llevaba
otras muy similares entre sus bártulos. ¡Cosas de los personajes, que nunca
dejan de sorprendernos!.
Al filo de la una de la
tarde estábamos al pie de la muralla de Cañete, sorprendente por su enclave y
por albergar las gestas de Don Ávaro de Luna, copero mayor del rey, que otorga
a la localidad una tradición y unos festejos que atraen a multitud de turistas
anualmente. Apostados en el Hostal La Muralla, aprovechamos para avituallarnos
antes de emprender la marcha a eso de las dos de la tarde.
Aunque exigente en su
trazado y dura en algunos tramos, como la subida al puerto de El Cubillo, el buen
estado de las carreteras así como la intermitente lluvia, fina y suave, que
refrescaba el ambiente y a los propios ciclistas, la marcha fue transcurriendo
con tranquilidad y buen ritmo, pasando por pequeñas localidades como Huerta del
Marquesado y Laguna del mismo nombre, de aguas tranquilas rodeadas de
espléndidos pinares que se fueron acentuando por las sucesivas zonas
recorridas, con el río Guadalaviar escoltando nuestros pasos y así hasta la
parada en Frías de Albarracín, donde hicimos un pequeño alto en el Mesón del
Alto Tajo, para reponer fuerzas nuevamente y poder acometer el tramo final con
solvencia. A los pocos kilómetros hicimos una parada obligada en el nacimiento
del Río Tajo, cuyos símbolos que lo señalizan no son precisamente un acierto de
armonía con el entorno sino un canto a la España imperial y trasnochada
mediante la reproducción hortera y cutre de los viejos tópicos patrios.
Ya con la carretera en
clara tendencia descendente, pasamos por Calomarde y alcanzamos la ansiada
llegada a Albarracín atravesando el túnel o Arco que da paso a una población
encantadora, rodeada de murallas y un castillo del tiempo en que fue árabe,
rodeada por el río Guadalaviar y cargada de leyendas como la que cuenta que
doña Blanca de Aragón vivía prisionera en una de sus torres y que su espíritu
bajaba a bañarse al río en noches de luna llena después de haber muerto de
tristeza. Lo cierto es que es una población con un especial encanto, con casas
de piedra de mampostería en sus plantas bajas y pisos altos con un entramado de
yeso y madera de tonos rojizos y unas calles que conservan su empedrado
antiguo. Igualmente destacable son las rejas que cubren ventanales y balcones en
toda la población y que se atribuyen a un tal Antonio Jarreta que trabajaba el
hierro forjado además de arreglar los arados de los agricultores de la zona.
En ese acogedor marco nos
hospedamos en el Hotel Albarracín, antiguo palacio también de piedra y con unas
vistas espectaculares a todo el contorno interior de la población y desde él
salimos a recorrer sus calles con un cielo ya en declive de luz, lo que le
confería una belleza añadida, y a tomar unas gratificantes cervezas en mitad de
su plaza principal repleta a esas horas de visitantes y en donde Martinelli aún
tuvo arrestos físicos para dar unas pataditas al balón, que disputaban unos incansables chiquillos
sin parar de alborotar, chutar contra los arcos de piedra o de rebotar contra
la cabeza del algún sorprendido paseante. La buena impresión de las cervezas
otorgó un plus de confianza al camarero del local que nos ofreció la
posibilidad de cenar en su comedor situado a escasos metros y a cuya reservada
mesa nos dirigimos, tras un paseo previo, para degustar unas viandas que nos
supieron a gloria.
La reflexión de la noche la
puso Martinelli con su peculiar filosofía: “Hacernos mañana 130 kilómetros en
la puta bici para llegar a la realidad tan cruda y encontrarte el lunes con lo
mismo…” Con estas reflexiones de su repertorio de librepensador, nos dejó con
la miel en los labios de esta existencia que no
siempre responde a lo que de ella esperamos, pero a la que estamos
inexorablemente amarrados, quizá como la infanta Doña Blanca de Aragón, que
terminó por morir de tristeza.
DATOS TÉCNICOS DE LA 1ª ETAPA
Distancia: 96,1 kms.
Tiempo de pedaleo: 4 h 31’
27’’
Veloc. Media: 21,2 kms./h.
Veloc. Máx.: 66,2 Kms./h.
Calorías consumidas: 2112
La segunda etapa la
iniciamos desde el mismo Hotel Albarracín, en el que tomamos fuerzas físicas
mediante un desayuno bufet que nos permitió acumular reservas para
distribuirlas a lo largo de la jornada, además de fuerzas mentales por el
impacto que una joven rubia causó en la mente de algunos de los expedicionarios
que ya no la pudieron borrar de su imaginario, recurrente a lo largo del
resto del recorrido.
Para no ser menos,
confundimos los primeros cinco kilómetros por una ruta que no era la
prevista y tuvimos que rectificar con esa especie de calentamiento añadido, para
acometer una dura subida hasta el Puerto del Pozondón, seguir por Monterde de
Albarracín y el paso de Bronchales antes de llegar a otro de los municipios
pintorescos y singulares de la zona, Orihuela del Tremedal, situado en un
enclave precioso de verde y con una iglesia barroca del Siglo XVIII dedicada a
la Virgen de la Asunción. Allí paramos a reponer fuerzas y dar cuenta de
algunos de los bocados acumulados en el hotel.
La marcha se fue haciendo
más lenta por la continuidad de las subidas y el aumento del calor que, esta
vez, no tenía filtros ni sombrillas aliadas como lo fueron las nubes la tarde
anterior. El sol caía con justicia y los kilómetros con lentitud. Así fuimos
pasando por pequeñas localidades situadas como en postales de paisajes de
sierra, tales como Noguera, Tramacastilla, Torres de Albarracín y más adelante
Royuela, lugar que elegimos para hacer otro alto prolongado y comer, si bien,
los más clásicos del Club lo entendieron como una transgresión a los hábitos
que marcan la tradición, esto es, parada breve y colación frugal.
Lo cierto es que tras refrescarnos en un pilón de dos caños que ofrecía un agua fresquísima y cristalina, nos dirigimos al posiblemente único restaurante del lugar que nos propuso una carta de dudosa calidad para nuestras necesidades. Especialmente las carnes y pescados elegidos como complemento a las ensaladas iniciales dejaban mucho que desear y quedaron casi íntegras en los platos. Pero era importante reponer sólido y líquido porque nos esperaba una siesta subiendo los últimos desniveles importantes hasta llegar Toril, desde cuya población la ruta entraba en un claro y evidente descenso continuo.
Lo cierto es que tras refrescarnos en un pilón de dos caños que ofrecía un agua fresquísima y cristalina, nos dirigimos al posiblemente único restaurante del lugar que nos propuso una carta de dudosa calidad para nuestras necesidades. Especialmente las carnes y pescados elegidos como complemento a las ensaladas iniciales dejaban mucho que desear y quedaron casi íntegras en los platos. Pero era importante reponer sólido y líquido porque nos esperaba una siesta subiendo los últimos desniveles importantes hasta llegar Toril, desde cuya población la ruta entraba en un claro y evidente descenso continuo.
Aunque las fuerzas iban ya
muy escasas, el calor apretaba y la distancia aún deparaba casi treinta
kilómetros más, la buena marcha del descenso, los relevos y las ganas de
finalizar terminaron triunfando sobre el desánimo y el grupo entró nuevamente
en Cañete tras dejar atrás Salinas del Manzano y El Broñigal a eso de las siete de la tarde, para ir
nuevamente a parar al pie de la muralla donde el amigo de Martinelli nos tenía
a buen recaudo el medio de transporte, mostró su generosidad con una invitación
a las reconfortantes cervezas posetapa y nos dejó sin más preámbulos, para ir a
celebrar la victoria madridista en la Liga, dando cuenta de un cabrito que él
mismo se había encargado de preparar.
El viaje de regreso fue una
sucesión de emociones futbolísticas radiofónicas por saber qué equipos irían al
infierno de la 2ª División y qué otros permanecerían en el purgatorio de la 1ª.
Porque el cielo, todo el mundo ya sabía para quién está reservado. Lo siento, Malaño, ¡Hala
Madrid!
DATOS TÉCNICOS DE LA 2ª ETAPA
Distancia: 132 kms.
Tiempo de pedaleo: 6 h 38’
48’’
Veloc. Media: 19,8 kms./h.
Veloc. Máx.: 61,7 Kms./h.
Calorías consumidas: 2448
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