Los componentes del I.C.C. y sus parejas durante la comida de Navidad |
El pasado 28 de diciembre tuvo lugar el ya tradicional encuentro de los componentes del I.C.C. con motivo de la Navidad. Acompañados de sus donnas y en el marco de unos conocidos salones de Tomelloso dieron paso a una comida que sirvió para renovar vínculos personales y deportivos, esbozar posibles retos para el nuevo año y dar rienda suelta al relato que intenta mezclar realidad y fantasía sobre las andanzas de los corredores y que sirve para amenizar la sobremesa de estos encuentros.
Precisamente, a continuación incluyo el relato del ciclista Just Fontaine que leyó para la ocasión y que ahora aparece con las ilustraciones alusivas correspondientes.
EL GRAN DESAFORTUNADO
La tarde del pasado 4 de julio, los componentes del ICC llegamos a Mont de
Marsan culminando la 2ª etapa de esta atípica salida de 2016
por Las Landas francesas al carecer de puertos de montaña afamados. En lo más
íntimo de mis aspiraciones albergaba la ilusión de cerrar un círculo de sentido
homenaje a uno de mis ídolos ciclistas más apreciados, el apátrida Luis Ocaña.
Y empleo conscientemente este calificativo sabedor del doble juicio que se
establecía entre los aficionados al ciclismo de ambos países cuando consiguió
sus primeros triunfos o cosechó algunos de sus fracasos.
Entrega ceremonial del maillot arco iris en Priego, 1998 |
Mi particular homenaje se remonta hasta agosto de 1998 cuando el grupo de
cicloturistas, autodenominado El Loco y sus amigos de Alcázar de San Juan, nos
presentamos en la localidad conquense de Priego, después de recorrer parte de
la Serranía, y le entregamos simbólicamente mi maillot arco iris firmado por
todos los componentes delante del monolito situado en una de las zonas
ajardinadas de la pequeña población y acompañados por Don Manuel Canales, amigo
del ciclista y entonces propietario del Hostal “El Rosal”, en cuyas
dependencias nos alojamos. En este pequeño y discreto mausoleo se conservan
parte de los restos del campeón, compartidos con los depositados en la ciudad
francesa que le vio triunfar y posteriormente morir.
Por eso yo quería completar ese periplo mágico y simbólico de homenaje
acudiendo a tributárselo en suelo francés y dejando alguna muestra de recuerdo
en la otra parte que contiene sus restos y que, en definitiva, supuso su
dividida patria a efectos de sus logros como persona y como gran campeón
ciclista. No hubo ocasión porque, tras localizar la Oficina de Turismo en una
céntrica plaza, cercana al Teatro y
ambientada con grandes carteles de Arte Flamenco, por celebrarse unas jornadas
sobre el mismo en la población, que estaba tomada por actos promocionales de
nuestro peculiar cante, la joven funcionaria que nos atendió desconocía la
historia de Luis Ocaña y no nos supo ofrecer ninguna referencia para su
localización.
En la buena intención quedó todo, aunque no lo doy por cerrado
definitivamente. Cada vez que vuelvo a recordar las hazañas del corredor, la
peculiar personalidad de un joven hijo de perdedor de nuestra guerra civil, que
tuvo que huir a Francia a buscar el sustento y la supervivencia, se agranda mi
admiración por sus gestas y se renueva ese apasionado misterio que nos provocan
los ídolos cuando, sin saber por qué y sin tener motivos especiales para ello,
los conviertes en objeto de tu atención, de tu seguimiento, de tus recuerdos más
entrañables sobre su trayectoria.
Ahora, cuando entreno en solitario cualquier día lluvioso en mi bicicleta
estática y me conecto al ordenador para amenizar el tedioso pedaleo, no es raro
que vuelva a ese Informe Robinson que narra las peripecias de este gran
desafortunado, como lo calificó el nonagenario Pierre Cescutti, su descubridor
y primer entrenador por las cercanías de Mont de Marsan, cuando trabajaba de
ayudante en una carpintería hasta que fue despedido por lanzarle
despectivamente un martillo a la cara de su jefe en una muestra más de su
orgullo, de su espíritu de desafío hacia cualquier poder establecido, como
cuando desafió a E. Merckx en aquel Tour de 1971 cuando le aventajaba en 7
minutos y en el descenso del Col de Mente, a 40 kms. para la meta, en medio de
una fuerte tormenta, no dejó que se le escapara para demostrarle que podía
ganarle. Ambos fueron al suelo, pero Luis Ocaña, con peor fortuna, sufrió
heridas que le obligaron a abandonar.
Monolito actual a Luis Ocaña en Priego de Cuenca |
Sin embargo ese episodio le impulsó a intentarlo nuevamente sin desfallecer
hasta que en 1973, dos años después, pero con la ausencia de su gran rival
belga, logra proclamarse vencedor del Tour de Francia con una superioridad
absoluta. Era el segundo español en la historia que lo conseguía.
Este mismo espíritu competitivo y ganador lo había demostrado en 1968
cuando ganó el campeonato de España y le llevó a su padre el maillot con los
colores de la bandera española como símbolo de un país del que nunca renegó,
pues siempre renunció a nacionalizarse francés, pero del que tampoco logró el
reconocimiento pleno quedando en una difusa identidad patria que le acompañaría
siempre. Francés para los españoles y español para los franceses salvo en los días
de triunfo en los que ambos países se lo apropiaban.
Terraza del Café Le Beard en Mont de Marsan |
El colofón a esta trayectoria intensa, plena de talento y orgullo, tuvo un
final acorde, pues tras ver como su fortuna se resentía seriamente al fracasar
en la comercialización del producto de sus viñedos, el licor Armagnac, la hepatitis C contraída tras dos accidentes
de tráfico, así como el dilema sentimental que, en palabras de su amigo Manuel
Canales de Priego, produjo la irrupción en su vida la presencia de María
Martinez, una morena espectacular que le robó el corazón, hicieron que su
estabilidad anímica se tambalease hasta concluir en su trágico suicidio en su
casa de Mont de Marsan disparándose un tiro en la cabeza. Tenía 48 años.
El grupo del ICC en el mercadillo de Leon |
Cuando esa tarde del pasado 4 de julio los componentes del I.C.C. nos sentábamos en la terraza del Café Le
Beard, en la céntrica plaza de Mont de Marsan, a tomar unos vinos de la
variedad Chablis o cuando degustamos una pequeña muestra de Armagnac en un Café
del mercadillo de Leon, durante un breve descanso en nuestra ruta, en lo más íntimo de mi corazón brindé por Luis
Ocaña y su permanente recuerdo.
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