lunes, 2 de enero de 2017

ENCUENTRO DE NAVIDAD DEL I.C.C.

Los componentes del I.C.C. y sus parejas durante la comida de Navidad

El pasado 28 de diciembre tuvo lugar el ya tradicional encuentro de los componentes del I.C.C. con motivo de la Navidad. Acompañados de sus donnas y en el marco de unos conocidos salones de Tomelloso dieron paso a una comida que sirvió para renovar vínculos personales y deportivos, esbozar posibles retos para el nuevo año y dar rienda suelta al relato que intenta mezclar realidad y fantasía sobre las andanzas de los corredores y que sirve para amenizar la sobremesa de estos encuentros. 
Precisamente, a continuación incluyo el relato del ciclista Just Fontaine que leyó para la ocasión  y que ahora aparece con las ilustraciones alusivas correspondientes.

EL GRAN DESAFORTUNADO

La tarde del pasado 4 de julio, los componentes del ICC llegamos a Mont de Marsan  culminando  la 2ª etapa de esta atípica salida de 2016 por Las Landas francesas al carecer de puertos de montaña afamados. En lo más íntimo de mis aspiraciones albergaba la ilusión de cerrar un círculo de sentido homenaje a uno de mis ídolos ciclistas más apreciados, el apátrida Luis Ocaña. Y empleo conscientemente este calificativo sabedor del doble juicio que se establecía entre los aficionados al ciclismo de ambos países cuando consiguió sus primeros triunfos o cosechó algunos de sus fracasos.

Entrega ceremonial del maillot arco iris en Priego, 1998


Mi particular homenaje se remonta hasta agosto de 1998 cuando el grupo de cicloturistas, autodenominado El Loco y sus amigos de Alcázar de San Juan, nos presentamos en la localidad conquense de Priego, después de recorrer parte de la Serranía, y le entregamos simbólicamente mi maillot arco iris firmado por todos los componentes delante del monolito situado en una de las zonas ajardinadas de la pequeña población y acompañados por Don Manuel Canales, amigo del ciclista y entonces propietario del Hostal “El Rosal”, en cuyas dependencias nos alojamos. En este pequeño y discreto mausoleo se conservan parte de los restos del campeón, compartidos con los depositados en la ciudad francesa que le vio triunfar y posteriormente morir. 



Por eso yo quería completar ese periplo mágico y simbólico de homenaje acudiendo a tributárselo en suelo francés y dejando alguna muestra de recuerdo en la otra parte que contiene sus restos y que, en definitiva, supuso su dividida patria a efectos de sus logros como persona y como gran campeón ciclista. No hubo ocasión porque, tras localizar la Oficina de Turismo en una céntrica plaza, cercana al Teatro  y ambientada con grandes carteles de Arte Flamenco, por celebrarse unas jornadas sobre el mismo en la población, que estaba tomada por actos promocionales de nuestro peculiar cante, la joven funcionaria que nos atendió desconocía la historia de Luis Ocaña y no nos supo ofrecer ninguna referencia para su localización.

 
Vista de la Plaza del Teatro en Mont de Marsan

En la buena intención quedó todo, aunque no lo doy por cerrado definitivamente. Cada vez que vuelvo a recordar las hazañas del corredor, la peculiar personalidad de un joven hijo de perdedor de nuestra guerra civil, que tuvo que huir a Francia a buscar el sustento y la supervivencia, se agranda mi admiración por sus gestas y se renueva ese apasionado misterio que nos provocan los ídolos cuando, sin saber por qué y sin tener motivos especiales para ello, los conviertes en objeto de tu atención, de tu seguimiento, de tus recuerdos más entrañables sobre su trayectoria.

Ahora, cuando entreno en solitario cualquier día lluvioso en mi bicicleta estática y me conecto al ordenador para amenizar el tedioso pedaleo, no es raro que vuelva a ese Informe Robinson que narra las peripecias de este gran desafortunado, como lo calificó el nonagenario Pierre Cescutti, su descubridor y primer entrenador por las cercanías de Mont de Marsan, cuando trabajaba de ayudante en una carpintería hasta que fue despedido por lanzarle despectivamente un martillo a la cara de su jefe en una muestra más de su orgullo, de su espíritu de desafío hacia cualquier poder establecido, como cuando desafió a E. Merckx en aquel Tour de 1971 cuando le aventajaba en 7 minutos y en el descenso del Col de Mente, a 40 kms. para la meta, en medio de una fuerte tormenta, no dejó que se le escapara para demostrarle que podía ganarle. Ambos fueron al suelo, pero Luis Ocaña, con peor fortuna, sufrió heridas que le obligaron a abandonar.

Monolito actual a Luis Ocaña en Priego de Cuenca


Sin embargo ese episodio le impulsó a intentarlo nuevamente sin desfallecer hasta que en 1973, dos años después, pero con la ausencia de su gran rival belga, logra proclamarse vencedor del Tour de Francia con una superioridad absoluta. Era el segundo español en la historia que lo conseguía.


Este mismo espíritu competitivo y ganador lo había demostrado en 1968 cuando ganó el campeonato de España y le llevó a su padre el maillot con los colores de la bandera española como símbolo de un país del que nunca renegó, pues siempre renunció a nacionalizarse francés, pero del que tampoco logró el reconocimiento pleno quedando en una difusa identidad patria que le acompañaría siempre. Francés para los españoles y español para los franceses salvo en los días de triunfo en los que ambos países se lo apropiaban.

Terraza del Café Le Beard en Mont de Marsan


El colofón a esta trayectoria intensa, plena de talento y orgullo, tuvo un final acorde, pues tras ver como su fortuna se resentía seriamente al fracasar en la comercialización del producto de sus viñedos, el licor Armagnac,  la hepatitis C contraída tras dos accidentes de tráfico, así como el dilema sentimental que, en palabras de su amigo Manuel Canales de Priego, produjo la irrupción en su vida la presencia de María Martinez, una morena espectacular que le robó el corazón, hicieron que su estabilidad anímica se tambalease hasta concluir en su trágico suicidio en su casa de Mont de Marsan disparándose un tiro en la cabeza. Tenía 48 años.

El grupo del ICC en el mercadillo de Leon


Cuando esa tarde del pasado 4 de julio los componentes del I.C.C.  nos sentábamos en la terraza del Café Le Beard, en la céntrica plaza de Mont de Marsan, a tomar unos vinos de la variedad Chablis o cuando degustamos una pequeña muestra de Armagnac en un Café del mercadillo de Leon, durante un breve descanso en nuestra ruta,  en lo más íntimo de mi corazón brindé por Luis Ocaña y su permanente recuerdo.

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