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sábado, 24 de abril de 2010

Astronomía y ciclismo




En un sorprende entorno natural cercano al río Gigüela y dentro del término municipal de Puebla de Almoradiel, se encuentra un observatorio astronómico rural, denominado La Hita, que es el fruto del esfuerzo de un apasionado de dicha ciencia llamado Faustino Organero.

El pasado viernes 23 de abril, mi compañero Antonio Garrido, me invitó a conocerlo como parte de una ruta ciclista por los caminos cercanos que, salvado el barro y los numerosos charcos que jalonan nuestros caminos en esta lluviosa primavera, nos condujeron al mismo.

La ruta puede hacerse siguiendo el camino del Gamonal o cualquiera que lleve hacia La Hidalga y el monte Chito, para continuar en dirección a Villa de Don Fadrique y desviarse finalmente a la izquierda hasta la mencionada finca. También por Quero y siguiendo la carretera en dirección a la Villa de Don Fadrique, tomar el camino que sale en el puente del río y que conduce igualmente hasta la finca señalada.

Lo más curioso es que, una vez allí, como si de un personaje surrealista se tratara, el propietario de la parcela y suegro del apasionado astrónomo, nos recibió azada en mano, como quien hace un paréntesis en las labores más primitivas del campo, para darnos una lección sobre el montaje de su autodidacta yerno y mostrarnos el conjunto de telescopios, ordenadores, libros, paneles solares e instrumentos de medición meteorológica que conviven entre los tomates y los pepinos sembrados y cultivados por él a escasos metros.

Las llamativas cúpulas blancas que desafían el cielo manchego, hacen de hitas gigantescas para ubicar en nuestra plana geografía lo que hasta hace nada era una pequeña quintería familiar y modesta que el propietario heredó de sus antepasados y que merced al quijotismo astronómico de Faustino se ha convertido en una referencia para el estudio de los astros más cercanos. Y además, con vocación didáctica, pues no en vano lo visitan desde profesores organizados por el CeP, como centros escolares de las localidades cercanas.

Ver para creer y para no dejar de sorprendernos.

II RUTA CICLOTURISTA VILLA DE HERENCIA



El pasado domingo 18 de Abril participé por segunda vez consecutiva en la II Ruta Cicloturista que organiza la vecina localidad de Herencia. Esta vez fui acompañado por tres de los habituales compañeros de salidas, esto es, por José Escelio, Pedro El Joven y Antonio Garrido, todos ellos posando conmigo en una de las fotos antes de la salida. Además, participaron numerosos alcazareños que se desplazaron por distintos medios hasta Herencia, algunos en la propia bicicleta, completando así un calentamiento extraordinario. También mi hijo Héctor con su grupo de amigos ciclistas y nuestro amigo Pepe Pinar, ejemplar como deportista siempre, estuvieron presentes en esta cita.

Antes de la salida, el locutor se encargó de ponerme en evidencia al recordarme como antiguo maestro y decir por el micrófono: "Buenos días, Don Justo. En Herencia no te olvidamos". La frase, si no fuera por quién la pronució, Félix, un antiguo alumno y buen amigo en la actualidad, y el contexto en el que se produce, parecería más bien un epitafio.

Como la mañana acompañaba y las lluvias amenazantes de los días previos parecieron contenerse para la prueba, resultó una jornada muy agradable para la práctica del ciclismo de montaña. La sierra estaba espectacular, los campos verdes por todas partes y el ambiente húmedo y templado favorecía el discurrir del pedaleo. Una vez adentrados por la parte más abrupta de la sierra y cuando el grupo se estiró en una fila alargada de ciclistas, los más rezagados entre los que me encontraba, tuvimos la enorme sorpresa de ver como tres ciervos cruzaban el sendero a escasos metros de nuestro paso y casi poniendo en peligro nuestra integridad dada la fuerza y ofuscación con que lo hicieron. Menos mal que todo quedó en el susto y la sorpresa, que ahora relatamos como una vivencia pintoresca y aventurera.

Por lo demás, la dureza de la ruta, atravesando la Finca de don Luis hacia Valdehierro, con paso por los arroyos y vaguadas entre el agua desbordante, obligándonos a sortear los charcos de la mejor manera posible y las subidas hasta los molinos de Puerto Lápice, con rampas de hasta el 30 % de desnivel, obligaron a un esfuerzo generoso.

El segundo avituallamiento a quince kilómetros de la llegada y en la plaza principal de Puerto Lápice puso la nota colorista y popular, pues se acercaron numerosos vecinos a presenciar el paso de la prueba. A partir de ahí el tramo era libre y competitivo, por lo que los más veteranos o los menos preparados, decidimos optar por hacer el recorrido más cómodo al pie de las sierras y renunciando a esta fase pero completando los sesenta kilómetros de recorrido. Mi hijo Héctor quedó finalmente en décimo lugar, lo que me obliga a felicitarlo sinceramente, pues demostró su buena preparación y el dominio de las bajadas en un terreno que necesita de buen conocimiento técnico para ejecutarlas.

La organización muy bien, con una inscripción más ágil que el año anterior, un recuerdo en forma de trofeo con el "plato grande" como símbolo muy original y agradecido y, además, un final con aperitivo, manguera para limpiar las bicis y duchas en el polideportivo, así como de la comida colectiva, a la que renunciamos voluntariamente, que hacen de la prueba una nueva invitación al disfrute y a la repetición en futuras convocatorias, si el tiempo y nuestras circunstancias nos lo permiten. ¡Ojalá sea así!