miércoles, 19 de septiembre de 2018

MI PRIMERA Y QUIZÁ ÚNICA TITÁN DE LA MANCHA



La bicicleta es sufrimiento y gloria. Para quienes nos consideramos aficionados sin otro ánimo que cumplir retos al margen de los logros competitivos, la única satisfacción deriva de esa mezcla inexplicable de alcanzar metas que mejoren las propias posibilidades y más sabiendo que esta sociedad encumbra únicamente a quienes gozan de un talento, unas cualidades y un rendimiento que no está al alcance de la mayoría.



Mi participación en esta edición de la Titán de la Mancha como prueba MTB de ciclismo obedece al deseo de experimentar las sensaciones de una prueba equiparable a la que en otro momento también me llamó la atención, la Maratón Popular de Madrid que corrí el año 1989 y logré igualmente terminar con un discreto tiempo de 3 h 58'. Esta vez han sido 6 h 58' sobre una bicicleta de montaña y casi treinta años después.



Mi aventura contó con la complicidad de dos compañeros con los que previamente había pactado recorrer la ruta. Por un lado,  José Alcañiz, mi yerno y fiel acompañante durante todo el trayecto, ambos con el uniforme glorioso del I.C.C. y, por otro, Carlos Abengózar, amigo y maestro radiofónico que finalmente voló libremente en un subidón de positividad que le permitió alcanzar la llegada en 6 h 32', es decir, 26 minutos antes de sus compañeros de inicio, lo que le honra por su descaro y pundonor deportivo.



La salida en la Plaza de España a las 8 en punto de la mañana es todo un espectáculo de masa deportiva con los 1.200 participantes aglomerados en la estrechez de las carpas en la calzada y una fila en la que era difícil hacerse un hueco para no arrancar entre los más rezagados. El grupo se fue estirando a medida que pasábamos por las primeras calles y cuando cruzamos la N-420 a tomar el camino hacia Criptana era ya una larga serpiente visible por la polvareda.



El primer tapón se produjo donde yo preveía, dado que había hecho parte del recorrido en tramos parciales. Tomamos el camino del Pico hacia Criptana y al girar a la izquierda para subir hacia San Isidro por la zona del vertedero de residuos la cola de ciclistas parados era abrumadora. A las primeras rampas, de fuerte pendiente aunque breves, se unía la estrechez de paso. La mayoría de ese inmenso pelotón puso pie a tierra y se generó el bloqueo del paso. Yo lo había subido en fechas previas pero libre de obstáculos y ahora me vi obligado a parar como el resto para evitar otros males.



El siguiente paso por la zona de San Isidro, los pozos de Villalgordo y los molinos de Campo de Criptana  especialmente, fueron gratificantes porque el grupo ya iba estirado, conocíamos los pasos, había muchos conocidos que animaron a Jose y nuestras familias estaban apostadas en una de las calles próximas dándonos tempranos ánimos antes de abandonar la población por el polígono del Pozohondo.



La marcha hacia Alcázar se hizo frenética con el viento empujando como un amigo misterioso e invisible. Suele ser el aliado más agradecido por los ciclistas cuando sopla a favor y el más odiado cuando lo hace en contra. De nuevo hubo fluidez hasta que subimos al cerro de San Isidro de Alcázar donde hubo que sortear unas fuertes rampas entre los pinos que volvieron a provocar una situación similar a la ya comentada.



Desde allí tras el paso de la vega hasta Herencia salvando el canal y el cauce del río y entrando por el camino de San Cristóbal no tuvo apenas dificultad. Pero a partir del desvío hacia el primer paso por el Picazuelo y la senda de los molinos herencianos comenzaron los problemas y el sufrimiento. Las rampas se hacían exigentes y multitud de ciclistas no podían permanecer subidos, por lo que empezó un extenso reguero de gente empujando a duras penas su bicicleta entre cardos, piedras y abrojos.



En una de esas saludé a un conocido, Joserra, que se alegró de verme y me estrechó la mano. Esto le sirvió a otro que venía cerca para justificar que le habíamos roto el ritmo por saludarnos. Cualquier excusa es buena para justificarse. No obstante, le pedimos disculpas. Alcanzamos la cima de los molinos y emprendimos dos de los descensos más abruptos y peligrosos del recorrido. Yo solté los bloqueos de la amortiguación y, pese a ello, no sé cómo la bicicleta aguanta semejante tortura de botes,  rebotes de piedras y derrapes de tierra que aumentan la tensión irremediablemente.



Superado este episodio, camino de La Pedriza y de la Copa del Agua, donde repostamos en su fuente como conocedores de la misma, con Jose siempre atento a esperarme en mis retrasos, noté una sensación de exigencia respiratoria que me puso en guardia. Pese a no llevar el pulsómetro, pero conocedor por experiencia de mis alarmas, comprobé que no debía forzar en próximas subidas. Llegamos a Puerto Lápice rodando favorablemente. Pero después de un primer ascenso aceptable en la ladera de la sierra, volvimos en dirección al molino por otra intrincada pendiente que nos obligó de nuevo a poner pie a tierra y recuperar el aliento y el pulso adecuados.



El retorno hacia Herencia nuevamente lo hicimos atravesando un túnel bajo una calzada para evitar cruzar  la carretera nacional, pero se encontraba enlodado tras la últimas tormentas y no hubo forma de pasarlo sin chapotear por el lodazal y terminar de embadurnarnos. Por el áspero pedregal ascendente llegamos a la sierra de La Sevillana, cuyas rampas conocía bien y pasamos con relativa facilidad, incluso disfrutando en el descenso, que no es tan brusco como en los anteriores tramos.



Nada más retornar a las inmediaciones de Herencia, Jose me comunica que ha recibido un mensaje de Alba, mi hija, diciendo que Héctor ha sufrido un accidente y está en el hospital aunque fuera de peligro. Aún no se sabía el alcance de las lesiones. Por un lado, me pareció bien saberlo, pero eso aumentó de algún modo mi preocupación y me llevó a ser aún más prudente en los tramos que restaban. Jose iba bien y yo tiraba de fuerza mental, recordando que otras veces lo había pasado mal pero aguanté. Visionaba los calambres en el Marie Blanche de los Pirineos, la interminable subida al Alpe D'Huez o la llegada al Petit Saint Bernard entre aguanieve y frío en pleno mes de julio.



Sin embargo, el segundo paso por Herencia fue demoledor. Volver a subir la ladera de la sierra de los molinos antes de retornar por el camino del cementerio fue durísimo mientras avistábamos una larga fila de ciclistas nuevamente empujando a pie su bicicleta. Fue el rubicón de mi aventura y tomé la atrevida decisión de que ya nada me detendría. Si lograba bajar a la vega y atravesar el Gigüela, aún bajándome, la cosa estaba hecha. En ese último tramo el viento arreció y Jose hacia de parapeto en el que yo me refugiaba para desgastarme menos. El río lo salvamos poniendo pie a tierra y Jose hizo un tirabuzón inesperado que llevó sus huesos al suelo aunque sin consecuencias. Quizá fue una forma original de afrontar el cruce del cauce.

A la llegada a Alcázar por la vía de servicio ya llevábamos 102 kms., por lo que aún nos quedaban casi diez para rematar. Un joven exclamó:

- Pero que hago yo aquí penando, con lo bien que estaría en el bar viendo a mi Atleti.



Como nos temíamos aún había que superar otra fuerte subida, esta vez a los molinos alcazareños, que enfilamos por el camino asfaltado y desviándonos cerca del Campo de Tiro subimos hasta la cima donde estaba el último control de Cronomancha para certificar el rigor del recorrido. Bien puedo decir que me tentaba la idea de evadirlo y tomar el camino de bajada directamente, pero hubiera sido un acto de cobardía deportiva y una mancha en mi palmarés del que me habría lamentado posteriormente.



Descendimos las últimas y arriesgadas sendas desde la parte alta del cerro de San Antón y continuando por el puente sobre el ferrocarril y la calle del Porvenir fuimos a dar a la Avda. Pablo Iglesias ya en olor de triunfo por lo conseguido y tras pasar por el recinto ferial nos encaminamos  hasta la meta en la puerta de Correos mientras Rosi nos grababa enlazados por las manos en señal de cómplice compañerismo. Carlos se nos había esfumado hasta en la línea de meta y solo lo pude localizar mediante mensajería a posteriori.



Podría hacer un comentario crítico de todo lo positivo y negativo acaecido durante el desarrollo de la prueba, pero creo que no es mi papel poner en evidencia una compleja organización como es esta de la Titán de la Mancha que surgió como una quedada de amigos y está traspasando todas las previsiones. Tiempo y ocasión habrá. Lo que sí puedo decir es que pese a estar muy satisfecho por lo realizado, ni mi edad ni el tipo de ciclismo que en ella se practica, responde a mis futuras pretensiones. De ahí que quizá haya sido la primera pero también la última, como ya lo fue la Maratón de Madrid  en su momento.