domingo, 24 de junio de 2018

CICLISTAS POR DOQUIER


DOMINGO 24 DE JUNIO DE 2018. FIESTA DE SAN JUAN.

Desde el inicio, esta salida fue peculiar después del calentón verbal con algunos de los yayos que desestimaron la propuesta sin mayor explicación, ni falta que hacía, pero sí con desconsideración en las formas. Junto a Petrosian, que llegó puntual a la cita, salimos hacia el punto de encuentro cuando un guardia civil ciclista nos detuvo al pie del cerro de San Antón para andar de cháchara mientras hacía como que cumplía con sus obligaciones rutinarias. O quizá las cumplía, quién sabe.

El caso es que llegamos al sitio convenido, junto a la Escuela de Artes tomellosera y atisbamos la figura de Bernardo que acababa también de llegar. Estacionado el vehículo, emprendimos la ruta ciclista siguiendo por Antonio Huertas hasta la rotonda de salida hacia Osa de Montiel junto al polideportivo, en el que numerosos practicantes se ejercitaban ya para  aprovechar las horas de fresco matinal. Las primeras en adelantarnos fueron dos jóvenes ciclistas que nos precedieron en la marcha hasta que las alcanzamos y dejamos atrás a los pocos kilómetros.

Cuando habíamos alcanzado una adecuada velocidad de crucero nos topamos con un grupo de cinco ciclistas, con la liebre tatuada en sus culotes, a paso cómodo y a los que podíamos haber sobrepasado fácilmente. Bernardo nos hizo un gesto de contener el ímpetu y acomodarnos a su marcha. Si al principio me chocó la idea, fui comprendiendo que fue acertada.  Hay un respeto entre los códigos no escritos que conviene conocer y estimar. De ese acople al grupo salieron una marcha suficientemente alta, un intercambio de palabras para familiarizarnos y la ubicación de Bernardo como alguien conocido entre esa tribu. Por cierto, algunos de ellos con un morfotipo tomellosero de manual.

Plaza de Ruidera llena de ciclistas

Al llegar a Osa de Montiel y tomar la nacional en dirección a Ruidera fuimos sobrepasados por un pelotón ruidoso, veloz y potente que nos puso en evidencia sobre nuestro nivel y que se fue alejando a medida que pasaban los siguientes kilómetros. Llegamos al poco rato en una sucesión final descendente de gran velocidad. La plaza de Ruidera era un hervidero de ciclistas, como si hubiera sonado la hora del recreo. Casi todas las mesas ocupadas por portadores de maillots y culotes tomando un refrigerio. A la salida, la plaza quedó libre para los turistas ocasionales en un día propicio para disfrutar de las lagunas.

La vuelta por la carretera clásica hacia el pantano de Peñarroya, con la subida a La Malena como principal escollo, fue un reto suave de culminar, un puerto menor comparado con el pasado reciente del Morrón de Totana, con el único inconveniente del abusivo paso de motoristas que lo toman como un circuito para sus "hazañas". Además, Bernardo esperaba encontrar el grupo al que coger rueda para ir de su mano hasta Tomelloso. Se cumplió la estrategia y poco después de superar las bajadas del pantano, nos unimos a un trío en el que los dos primeros soportaron el peso de la tarea y el resto nos supimos acomodar a su paso no sin esfuerzo, pues los últimos quince kilómetros apenas bajamos de los 35 k/h de media con picos de dos o tres puntos más mantenidos de forma constante.

Cervezas en el cruce de la Escuela de Artes de Tomelloso

Llegamos a Tomelloso cuando el calor hacia mella, el coche quedaba al sol y las cervezas a un paso. Hasta José Luis y otros referentes de la cultura ciclista tomellosera compartían veladores en otro escenario similar al de Ruidera, en la esquina de la gasolinera y del 69, cuyos camareros nos sirvieron varias vueltas para no ser menos, mientras el desfile de nuevas entradas de ciclistas a la población continuaba como un goteo incesante y los personajes embutidos en prendas ajustadas nos hacían ver que cualquiera puede ser motivo de cromo. Para la galería o para el carnaval.


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