domingo, 12 de julio de 2015

LA SALIDA DE CASILLAS




Los porteros saben que no pueden salir de su área. Casillas debió aprenderlo cuando vistió por vez primera con nueve años la camiseta madridista. Desde entonces, al igual que los guardametas clásicos, ha trazado, arrastrando sus botas, una linea divisoria y perpendicular al centro de su portería que se prolongaba hasta casi el punto de penalti para no perder la orientación cuando la jugada le obligaba a salir más allá de su zona bajo palos. Iker había dibujado un área imaginaria que partía de Móstoles, pasaba por Chamartín y se cerraba en Corral de Almaguer envolviendo todo un universo de salidas universales por las principales ciudades futbolísticas del mundo y consiguiendo un palmarés difícilmente igualable.

Pero al igual que otros ilustres del madridismo ha chocado con la decadencia y con un presidente despótico y no exento de vanidad. Lo que haya sucedido realmente en sus relaciones no lo conoceremos fidedignamente puede que nunca. Al igual que no conocimos lo que sucedió con Don Alfredo cuando se enfrentó a Don Santiago y se marchó al R.C. D. Español de Barcelona a finalizar, con más pena que gloria, su insigne carrera futbolística como la figura más valorada del Real Madrid en su historia. Hasta tal punto llegó el desencuentro con el legendario mandatario que borró de la barca de Santa Pola aquel "Saeta Rubia" que había rotulado en su honor.

Y qué decir de Raúl, la tercera pieza de madridistas de leyenda, de los que han marcado época por su espíritu especialmente vinculado a la institución. Tampoco su salida fue apacible y deseada. Se buscó la vida en equipos secundarios para apaciguar su indomable deseo ganador, sus ganas de seguir en la brecha, sus ingresos, su afán competitivo... pero sabiendo que sus días en su Real Madrid habían tocado a su fin.

Por tanto, Iker, sea cual sea el oscuro entramado que se ha tejido estos últimos años, no te importe. Te irás como se fueron tus antecesores más grandes. Sabiendo que lo has sido todo en esa tu casa del Paseo de la Castellana, pero que ni el tiempo ni los intereses mercantiles perdonan a nadie. Y menos a quien ha sido la encarnación del triunfo de la humildad, sin estridencias, sin declaraciones desmedidas, sin tatuajes, sin la imagen hortera que lucen muchos de tus colegas para significarse. Un chico normal y sencillo que ha volado bajo los palos con alas de eternidad futbolística.








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