lunes, 26 de octubre de 2009

III SUBIDA AL ROBLEDILLO



Es lo que tienen las clásicas, que casi sin darnos cuenta ya vamos por el tercer año que ascendemos por los Montes de Toledo, los puertos del Robledillo y del Lanchar, para recorrer una de las rutas más atractiva que nos puede ofrecer el otoño.

Así que el cicloturismo ocupa una vez más mi primera plana deportiva del fin de semana, pues prácticamente del resto ni he sabido. Y mejor así, puesto que Real Madrid y Gimnástico no pasaron del empate a cero goles, y los alcazareños ocupan el último lugar de la clasificación, aunque quien los visitó fue el líder, el Carranque, que venía en muy buena forma. También el baloncesto local recibió al Real Madrid y yo me lo volví a perder por segundo año. Sólo pude ver a Héctor y a su equipo de fútbol sala en los últimos y decisivos minutos remontando un resultado adverso ante unos correosos rumanos a los que les costó lo indecible doblegar.

Volviendo al ciclismo, la mañana resultó espléndida en todo: buena temperatura, humedad agradable, verde en el paisaje y un nutrido grupo de amigos que no faltaron a la cita. Tan sólo los Antonios se descolgaron anticipadamente. El resto compusimos un grupo de ocho, todos con bicicleta Todo Terreno, excepto Gabriel, que se va volviendo un viejo cascarrabias, lleno de achaques y sin hacer caso a los consejos de los demás. Los desarrollos de la bici de carretera se le atragantaron pronto y tuvo que parar para rectificar su marcha.

Yo me encontré estupendamente de forma y se nota que lo acumulado tiene después alguna repercusión. Cuando conseguí un desarrollo cómodo y mantener un nivel de pulsaciones constante, me puse al frente de la subida sin mayores problemas, incluso adelantando a Pedro El Joven que se encontraba cansado. El buen estado de la recién pavimentada carretera también contribuyó a ello, así como el referido clima y ambiente que era de lo más recomendable para la práctica del ciclismo.

En suma, que repetimos paisaje, supongo que las numerosas vacas y terneros que pastan por los cercados serán nuevas, repetimos visita a la panadería para comprar los dulces del desayuno y repetimos lugar para el mismo en la cafetería y churrería que atiende una joven, ahora embarazada, y que nos recordaba del año anterior. Juan Garrido comentó que igual veíamos a su futuro retoño de hacer la Primera Comunión si no interrumpimos este tipo de salidas.

En el camino de regreso, subiendo hacia el puerto de El Lanchar, nos sorprendieron otros deportistas tan originales como potentes, pues practican una especie de esquí en seco, deslizándose sobre unos patines en línea y clavando unos bastones para impulsarse sobre el propio asfalto. La joven de una de las fotos iba en cabeza con una gran soltura y fuerza.

El fin de la aventura también fue clásico. El bar del Molinillo nos sirvió unas raciones de venao en salsa y a la plancha que siempre agradece el paladar. Es una pena que no se acompañe de un vino que le haga los honores a dicha carne. Pero en cualquier modo, ya estamos pensando en la cuerta subida por estas fechas del próximo año.

lunes, 12 de octubre de 2009

CRUCE DE RÍOS: OTRA RUTA MUY BACANA








Dice José Antonio El Colombiano, cuando circula con nosotros por los "destapados " manchegos que lo llevamos siempre por unas rutas muy "bacanas". Esta vez se ha quedado sin poder saborear una que le hubiera dejado un sabor inigualable.
La comenzamos el sábado 10 de octubre, partiendo en dos coches desde Alcázar y pasando por Llanos a recoger a Antonio Rubio que completaría el quinteto formado por Justo, Juan G., Pedro Peinado y Antonio Garrido.

A pesar del retraso sobre la hora prevista de salida nos presentamos en Piedrabuena sobre las 10:30 de la mañana para dejar el equipaje en el Hostal Cuatro Caminos, cruce de varias direcciones y lugar de un tránsito y un movimiento de personal inusitado.

A las 11 nos poníamos en marcha sobre las bicicletas TT en dirección a la Tabla de la Yedra, paraje a escasos tres kilómetros de la población pero donde la naturaleza queda transformada por el río Bullaque en un encantador oasis de agua remansada y verde, frondosas arboledas y un conjunto de vegetación único. Recorrimos algunos de sus rincones y nos fotografiamos al pie del agua bajo el espectacular marco de los ojos del puente de piedra. Allí, un ciclista lugareño nos indicó el camino a seguir para llegar hasta Luciana sin tener que dejar el curso del río y sin necesidad de ir por la carretera N-430, que siempre está más cargada de tráfico.

El recorrido fue placentero, por el clima suave y casi impropio de las fechas que tenemos, por la belleza del paisaje, por los olores y colores del ambiente y por el buen estado del camino que nos permitió llevar un ritmo de pedaleo fluido y cómodo. Con estos factores favorables, el tiempo pasó rápido y nos presentamos en Luciana casi sin darnos cuenta.

Tras un primer paseo de reconocimiento por las empinadas calles del pequeño municipio y una mirada panorámica desde el pie de su iglesia, bajamos hacia uno de los objetivos clave de la salida: el punto donde confluyen los ríos Bullaque y Guadiana. Para ello tuvimos que pasar el río por un vado donde las aguas transcurren lentas y no muy altas. No obstante no pudimos evitar un pequeño remojón de zapatillas, calcetines y piernas. Se nos abría así la posibilidad de recorrer un camino que discurre junto al cauce del Guadiana en dirección a Extremadura donde el río se ha enriquecido notablemente con las aguas del Bullaque, pastan caballos en sus riberas, los nenúfares tapizan partes de su superficie y la abundancia de quejigos, alcornoques y otras especies arbóreas rodean su transcurrir formando un bosque en sus orillas.

La intención era alcanzar una finca llamada El Chiquero que quedaba a escasa distancia de la N- 430 para regresar de nuevo a Luciana. El camino se fue empinando y deteriorando a medida que avanzábamos y eso unido a lo tardío de las horas aumentó la dureza del esfuerzo. Antes de divisar la carretera vadeamos nuevamente el río y sorteamos un ganado de vacas que pastaban por la zona libremente, sin vallas protectoras. Igualmente tuvimos que levantar una valla que cortaba el paso sin aparente necesidad, pues un camino público nunca puede interrumpirse. Eran señales del caciquismo y la arrogancia de los grandes propietarios que tienden a velar a los ojos ajenos sus descomunales extensiones de terrenos de regadío más o menos encubierto y el resto de especies y animales que habitan en esas latitudes de la España profunda y desconocida para la mayoría.

Al fin alcanzamos la carretera con el deseo de llegar cuanto antes a Luciana para comer. Hubo que salvar dos cuestas considerables hasta cubrir los 14 kms. que nos separaban de la población.
Al llegar nos esperaban dos o tres bares de pueblo con escasa provisión para dar de comer a los turistas. Tuvimos suerte. Nos dirigimos al bar Los Monteros, en la misma carretera N-430 y fuimos rápida y amablemente servidos por una joven camarera y su padre que nos procuraron unas raciones sabrosas y bien presentadas a base de venao, callos, queso curado, jamón y revuelto, todo ello regado con un aceptable vino de Valdepeñas.

La siesta, verdadero tránsito de incomodidad en este tipo de salidas, la solucionamos tumbados a la sombra de la arboleda del cruce de los ríos, con buena temperatura y con la dureza de las tablas de unos bancos que hicieron las funciones de cama improvisada. Peor es no tenerla.

Nada más reposar lo imprescindible, cruzamos de nuevo el río por el vado para continuar por el camino que nos habían indicado que conducía a Los Pozuelos de Calatrava. Al poco de seguir el firme se tornó en asfalto tosco pero suficiente para rodar más cómodos, aunque sorteando un ganado de cabras que descendían montaraces por las cunetas de la carreterilla. Y poco a poco, con el peso de los kilómetros acumulados, llegamos a Los Pozuelos, donde apenas hubo nada que ver ni contar. Y desde allí el tramo final de regreso a Piedrabuena por una buena carretera, bien asfaltada y con escaso tráfico, lo que nos permitió llegar antes de la caída de la tarde con el sol aún en el horizonte.

Recorrimos una distancia total de 90,3 kms., a una velocidad media de 17,6 kms/h., alcanzando una velocidad máxima de 50,3 kms./h., quemando un promedio de 988 cal., y pedaleando durante 4 horas, 58 minutos y 44 segundos.

Después de la ducha reparadora y dado que la noche se apoderó del panorama, subimos a recorrer lo principal de la población, su iglesia con amplias escalinatas y una plaza de toros situada en el extrarradio dentro de un conjunto de piedra con sabor a monumento histórico.
Cenamos en La Bodega, un bar con buenas raciones y ambiente familiar, para después despedir la cargada jornada tomando una copa en un sitio peculiar, El Canguro Violeta, donde varios catetos permanecían inmóviles apostados en la barra servida por un camarero de dudosa orientación en un ambiente cutre y decadente.

El descanso era obligado después de tan intensa jornada y todos caímos rendidos, hasta el punto que sólo las voces de los cazadores y los ladridos de sus perros en la madrugada siguiente nos fueron despertando. Bajamos a desayunar y emprendimos la segunda parte de la ruta, esta vez por la carretera en dirección a Ciudad Real hasta llegar a la ermita de Alarcos. Subimos por una empinada rampa y recorrimos las ruinas, visitamos la capilla y recorrimos brevemente sus instalaciones. Luego continuamos camino por el antiguo puente en dirección a Valverde, pedanía cercana en donde nos indicaron que podíamos continuar por un camino que es Ruta del Quijote para llegar hasta Alcolea de Calatrava en donde paramos a reponer fuerzas en el bar El Mesón.

Una vez retomada la ruta continuamos por la carretera N-430 de regreso a Piedrabuena para recoger nuestras cosas y dar por finalizada la etapa antes de regresar en los coches a nuestros destinos. Recorrimos una distancia total de 50,8 kms., a una velocidad media de 18,6 kms/h., alcanzando una velocidad máxima de 66,8 kms./h., quemando un promedio de 831 cal., y pedaleando durante 2 horas, 46 minutos y 21 segundos.

10 y 11 de octubre de 2009