lunes, 1 de junio de 2009

VIA VERDE DEL ACEITE, 30 Y 31 DE MAYO DE 2009




Esta es la tercera Vía Verde que recorremos el grupo de amigos cicloturistas que seguimos compartiendo afición y lugares con encanto. Entre una primavera pronta a caducar y un verano que viene apretando fuerte, nos lanzamos a la aventura de recorrer los poco más de cincuenta kilómetros de la Vía Verde del Aceite, aprovechando el fin de semana último de mayo y víspera del día festivo en el calendario de la comunidad castellano-manchega.
A pesar de notables ausencias como la de Pedro El Joven, que disipó su entusiasmo inicial en la últimas horas o la de Juan Garrido, que continúa recuperándose de su maltrecha rodilla, la participación fue de lo más granado de nuestro espectro cicloturista, una mezcla de veteranía e historia, representadas por Justo y Regui, junto al compromiso fiel de dos valores en alza como son Pedro Peinado y Jose Escelio que tratan de no perderse ninguna aventura, más la presencia de Gabriel, que necesita ahora de emociones fuertes para motivarse, y, finalmente, la incorporación de Antonio Garrido, que ya lo había hecho en salidas cercanas, pero que necesitaba el bautizo grupal de la noche viajera.
Tomamos el tren hacia Jaén a las 10:30 del sábado 30 de mayo y tras casi dos horas y media de viaje llegamos a la capital andaluza, origen de la Vía que se ubica sobre el antiguo trazado ferroviario Jaén-Campo Real (Córdoba) y que era parte de la línea Linares – Puente Genil, ruta de paso para la minería hacia el puerto de Málaga y de los productos de la agricultura jiennense, aceitunas y aceite, hacia ese mismo destino.
Todo su trazado discurre con un suave serpenteo sobre terrenos de campiña olivarera que configuran un auténtico mar de olivos salpicado por cortijos andaluces, algunos de ellos como oasis de un blanco refulgente encima de las lomas. Una vez que llegamos a la estación de Jaén y tras comer en su cantina restaurante con las bicis vigiladas desde la transparente urna acristalada como comedor anexo a la cafetería, nos dispusimos a ver lo más céntrico de la capital provincial surcando el paseo que lleva de la estación hasta la plaza de la catedral. Mucho calor y horas de siesta que no propiciaban tal actividad pero que eran la única oportunidad de hacer el turismo necesario en estas salidas. Excepto Regui, que como siempre nos esperó en un banco animándonos a que se lo contásemos a la vuelta.
Convencidos de que lo importante era empezar el recorrido, nos dirigimos hacia el Polideportivo de las Fuentezuelas como lugar desde el que se inicia la Vía Verde. Por cierto que, tanto la señalización como los primeros metros que dan paso al inicio propiamente de la Vía, con sus paneles informativos y postes kilométricos, causan un efecto deprimente por su mal estado, suciedad e irregularidad. Posiblemente sean obras ocasionales, pero es necesario que se modifique sustancialmente cuanto antes.
Una vez iniciada la Vía, a pesar de la rigurosidad del calor, el buen trazado de asfalto grueso, la suave pendiente que marca el perfil de estas rutas y la abundante vegetación que la rodea fueron alicientes que reconfortan a cualquier cicloturista que se precie. La jara en flor, las retamas, el hinojo, las esparragueras, con algún espárrago todavía verde, adornaban lujosamente el tapiz de las cunetas y además, el recorrido se iba jalonando de atractivos a medida que se avanzaba: viaductos de hierro para salvar los barrancos y desniveles, todos ellos construidos por la empresa de los ingenieros franceses Daydé y Pille, de Creil, de finales del siglo XIX. No hay que olvidar que esta Vía se completó en torno a 1890 con las estaciones de Martos, Vado-Jaén y Alcaudete. Las obras se desarrollaron bajo la dirección de Carlos Alexandre, ingeniero de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces. Si vigencia duró durante toda la primera mitad del siglo XX y allá por 1969 un estudio hizo pública su precariedad así como la necesidad de suprimir el servicio de viajeros y restringir el de mercancías. La línea se mantuvo activa hasta 1985 y más adelante se proyectó su recuperación como Vía Verde que quedó adecuada e inaugurada en 2001.
A medida que avanzábamos hacia Martos, el trazado siempre ascendente, nos produjo el mayor cansancio de esta etapa y nos animó a parar en la población y tomar un refresco en una terraza de las solitarias y silenciosas calles, que únicamente alteraron un grupo de macarras, dando la nota con un coche al que aceleraron de forma compulsiva y neurótica.
Alcanzamos el punto más alto de nivel (650 metros) y comenzamos un suave pero gratificante descenso que se fue uniendo a la amenaza de tormenta que se cernía en el horizonte y que fue afianzándose a medida que nos acercamos a Alcaudete. Con la sierra de la Caracolera como telón de fondo sobre el que centelleaban aislados y lejanos relámpagos, alcanzamos la estación de Alcaudete salpicados de gotas de lluvia que chispeaban levemente. Al dejar la Vía y pasar a la carretera, obviando el enlace más directo a la población, nos vimos obligados a recorrer casi diez kilómetros entre una lluvia que arreciaba por momentos y que nos obligó a detenernos y cobijarnos en uno de los lavaderos de una gasolinera.
Por fin llegamos a Alcaudete, no sin antes divisar una vista espectacular de su castillo, adornada por la aparición del arco iris que formaba el filtro solar con la lluvia. La sorpresa nos la produjo la llegada al Hotel El Hidalgo que se encontraba cerrado a cal y canto. Localizado el teléfono de referencia se trataba de un error y se correspondía con otro homónimo de Martos. Estábamos a 25 kms. de nuestra reserva y era preciso buscar desesperadamente otro alojamiento. Antonio, fuerte físicamente y diligente en sus pesquisas, logró solucionarlo rápido y encontró una pensión sobria y sencilla, que nos permitió salvar la situación, cenar satisfactoriamente y guardar las bicis como si fueran invitadas en un salón de bodas. No hubo tiempo para más turismo y únicamente si que dimos una vuelta por la calle principal de la población, invadida de coches, estrecha y mal iluminada.

A la mañana siguiente, y tras un suculento desayuno en la propia cafetería de la pensión, reemprendimos el camino de regreso en torno a las nueve de la mañana, atajando por una pronunciada cuesta descendente hasta la estación. Ahorramos varios kilómetros y no tuvimos que dar pedales en ningún momento del tramo. Por la mañana, los olores se acentúan y los colores se avivan, por lo que los sentidos ganan riqueza y todo se hace más ameno e intenso.
En ruta nos encontramos a muchos más practicantes domingueros que a pie, en bici e incluso en silla de ruedas (dos casos nos sorprendieron gratamente por la solidaridad de los acompañantes) surcaban nuestro mismo itinerario en cualquiera de los sentidos. Esta vez la parada para un refresco la hicimos en Torredelcampo a escasos once kms. del destino, disfrutando de un jarrete de vino y gaseosa clásico, para llegar a la estación de Jaén sobre la una y cuarto de la tarde y repetir el ritual gastronómico a semejanza del día anterior, con el mismo escenario, las mismas ofertas y casi el mismo equipo de ferroviarios alcazareños que controlaban las funciones del recorrido y que nos confirmaron la hora de regreso a las 15:48.
Así emprendimos el retorno, que estuvo amenizado por los conocimientos de Gabriel sobre los parajes, gentes e historias de vida agrícola alcazareña, tomando como referencia el número de una Tesela que ha publicado Cultura a Julián Bustamente, conocido por Casa Rus, y que nos sirvió no sólo para ver de leer al propio Gabriel, que ya es un acontecimiento, sino para comprobar sus amplios conocimientos del gentilicio popular alcazareño.

Terminamos pues una nueva ruta, la de la Vía Verde del Aceite, en la que recorrimos un total de 126 kilómetros, pedaleando durante 7 horas, 41 minutos y 21 segundos, quemado unas 1510 calorías por persona a una media de 16 kms/hora y alcanzando una velocidad máxima de 56 kms/hora en algún descenso en carretera, llegando al fin sanos, salvos y razonablemente felices.